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El método del discurso

¿Por qué no hace Rajoy de una vez lo que tiene que hacer?

El método del discurso
“La falta de relato [sobre la crisis]”, explicaba el domingo en El Mundo Lucía Méndez, “ha sido la principal espina que el PP lleva clavada desde que ganó las elecciones de 2011”. En El País, Claudi Pérez y Miguel Mora también recogían la misma idea. “Hacer política es contar historias”, escribían. “No se transforma un país, y mucho menos un continente, sin una historia convincente”. Tener un discurso redondo y bien trabado es, sin duda, un importante activo
El Mundo y El País sí que tienen relato. Para el primero, Mariano Rajoy debería bajar los impuestos que asfixian la actividad y desmantelar un aparato burocrático que consume miles de millones cada año, pero prefiere dedicarse al postureo y a quedar bien con todos. El País, por su parte, cree que hay que estimular la demanda y, aunque admite que el déficit no le deja mucho margen al Gobierno, sí le reprocha que no presione más a Alemania. Como escribe su héroe Paul Krugman, “esta crisis no es difícil de resolver; podríamos recuperarnos deprisa”, pero somos rehenes de “una combinación de intereses creados e ideologías distorsionadas”.

. El ensayista Jonathan Gottschal dice que nuestra mente es “alérgica a la incertidumbre”. Nos angustia la idea de que la vida consista en una sucesión de accidentes. Necesitamos historias que la doten de sentido, y nuestros relatos la organizan, le ponen un arriba y un abajo. Guillermo Cabrera Infante contaba que las películas le ayudaban a comprender una realidad que fuera del cine le resultaba caótica.

Pero una buena historia tiene también sus limitaciones. La coherencia obliga a sacrificar los acontecimientos que no encajan en la narración. Es un proceso que realizamos de forma automática, no tiene nada que ver con la honestidad. “En una serie de experimentos”, escribe en Everything Is Obvious: How Common Sense Fails Us el sociólogo Duncan J. Watts, “los psicólogos han probado que las explicaciones simples se consideran más verosímiles que las complejas”.

El Mundo, por ejemplo, sostenía el domingo que “el consenso entre los expertos es absoluto: el Gobierno debe bajar los impuestos y reducir el gasto y la estructura del Estado”, y aportaba “la opinión de 10 economistas de diferentes tendencias”.

Pero luego uno iba a esas opiniones y resultaba que, a la pregunta de si les parecía correcto “prorrogar la subida del IRPF, elevar algunos tributos especiales y el Impuesto de Sociedades”, Manuel Conthe decía que era “lógico”; Santiago Carbó no veía “otras muchas opciones”; Ignacio Conde-Ruiz, Marcel Jansen y Miguel Ángel García consideraban las medidas “acertadas”, “razonables” y hasta “imprescindibles”, y José Carlos Díez animaba al Gobierno a “podar desgravaciones”. O sea, que el consenso sobre la conveniencia de bajar impuestos no solo no es absoluto, sino que seis de cada diez especialistas recomiendan no hacerlo.

El País también tiende a olvidar que los estímulos tuvieron su oportunidad, y tampoco obraron ningún milagro. Esta crisis es un bicho endiablado. Por un lado se te ha desplomado la demanda, pero por otro hay que coger a la gente que trabajaba en la construcción y moverla a otros sectores, y un programa como el plan E solo contribuye a retrasar ese ajuste, porque a los albañiles, a los pintores y a los encofradores los vuelve a emplear de albañil, de pintor y de encofrador.

Entiéndaseme bien: no estoy defendiendo una tesis concreta (hoy). Solo digo que la solución no es tan obvia, y que la falta de relato de Rajoy quizás no sea tan mala. Porque nos encantan las historias sencillas, pero la vida es infinitamente compleja. En El discurso del método Descartes nos enseñó que las dificultades debían dividirse “en cuantas partes fuere posible”, y así hemos procedido desde entonces. Creíamos que si destripábamos la realidad como si fuera un reloj, seríamos capaces de desentrañar sus causas y, por tanto, su funcionamiento.

Pero las causas son una extraña clase de conocimiento, como recuerda Jonah Lehrer en Wired. No son hechos. Cuando una manzana se desprende de una rama y se precipita al suelo, atribuimos la caída a la acción de la gravedad. Pero la gravedad no es algo observable. Vemos primero X (la manzana se desprende) y luego Y (la manzana se precipita al suelo), y nos inventamos una historia sobre lo que pasa entre medias.

Nuestro discurso científico está lleno de estas trampas, y lo asombroso es lo bien que ha funcionado. Nos ha permitido predecir el movimiento de los cuerpos celestes y diseñar aparatos maravillosos.

Pero a medida que nos hemos ido metiendo con sistemas cada vez más intrincados, el método del discurso ha ido perdiendo eficacia explicativa. Y aunque siga fascinándonos, debemos andar con cuidado. Un relato es un relato, y ni su consistencia y ni su lógica interna garantizan nada.

Como leí una vez sobre la cabecera de El Mundo: “Para todo problema humano siempre hay una solución fácil, clara, plausible y equivocada”. Henry-Louis Mencken.
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