El 'trash streaming' explora el dolor y la humillación como contenido atractivo, generando un ciclo de recompensas que puede tener graves consecuencias psicológicas para quienes se exponen.
El fenómeno del ‘trash streaming’ ha cobrado fuerza en las plataformas digitales, donde actos extremos como beber su propia orina o recibir golpes se han convertido en contenido habitual. Este tipo de streaming plantea una interrogante crucial: ¿quién es más responsable, el que se expone o el que observa? Personajes como Pormanove y Simón Pérez son solo algunos ejemplos de individuos que han llevado su humillación al público, motivados por la búsqueda de likes, visualizaciones y recompensas monetarias.
El término trash streaming hace referencia a un tipo de contenido en línea que se considera de baja calidad, caracterizado por la explotación de lo bizarro y lo absurdo. Según Pablo Romero, profesor en los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), este fenómeno implica que el creador se somete a actos degradantes que son recompensados económicamente por los usuarios. «La diferencia principal con otros contenidos polémicos radica en que estos actos humillantes se convierten en el núcleo del canal», añade.
Sílvia Martínez, profesora en los Estudios de Ciencias de la Información y Comunicación de la UOC, señala que el interés por el sufrimiento ajeno no es un fenómeno reciente. Sin embargo, las redes sociales han amplificado esta tendencia, donde millones de publicaciones luchan por captar una atención cada vez más efímera; se estima que la duración media para ver un vídeo en estas plataformas es apenas de 16 segundos, según el informe Video Attention Span Statistics.
Ante este contexto competitivo, algunos creadores recurren al sufrimiento como estrategia para atraer visitas. Martínez explica que para destacar es necesario arriesgarse más o ser más disruptivo. Por su parte, Romero advierte sobre las graves consecuencias psicológicas que pueden sufrir quienes se exponen a este tipo de contenido: «Dependiendo del nivel de severidad, pueden surgir trastornos como estrés postraumático, depresión o ansiedad».
En este entorno digital, las transmisiones en directo intensifican el impacto del contenido y generan una dinámica donde los likes, comentarios y donaciones actúan como recompensas inmediatas. «Esto crea una espiral donde cada vez hay que cruzar más límites para ofrecer algo nuevo en el siguiente vídeo», detalla Martínez. Esta necesidad creciente puede llevar a actos aún más destructivos.
Para los espectadores, la atracción hacia este contenido radica en una mezcla intensa de emociones como morbo y sorpresa. Juan Luis García, neuropsicólogo y profesor en los Estudios de Salud de la UOC, explica que la interacción en tiempo real activa circuitos cerebrales similares a los involucrados en otras adicciones. Además, el entorno virtual fomenta una desinhibición que reduce la empatía y aumenta la sensación de impunidad ante situaciones extremas.
A medida que los comentarios y reacciones del público minimizan la gravedad de estos actos denigrantes, se genera un distanciamiento emocional significativo entre el espectador y lo observado. Esto plantea un desafío ético sobre el consumo responsable del contenido digital y sus implicaciones sociales.