Ernest Opoku, un joven científico de Ghana, ha recorrido un camino inspirador hacia la ciencia. Desde su infancia en Dadease, donde no había cursos de ciencias, tomó la iniciativa de crear su propio espacio de aprendizaje. Sin un aula ni laboratorio, logró convencer a su director para que trajera a un profesor que les enseñara a él y a otros cinco amigos sobre interacciones químicas mediante fórmulas y diagramas en una simple pizarra.
“Crecí en un lugar donde era difícil encontrar un científico”, recuerda Opoku. Hoy, este apasionado por la química ha alcanzado logros significativos, obteniendo recientemente su doctorado en química cuántica en la Universidad de Auburn. Actualmente, se une al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) como parte del programa de becas postdoctorales de la Escuela de Ciencias. En colaboración con el Grupo Van Voorhis del Departamento de Química, su objetivo es avanzar en métodos computacionales para estudiar el comportamiento de los electrones, una investigación fundamental que tiene aplicaciones en campos tan diversos como la ciencia de materiales y el descubrimiento de fármacos.
“Desde pequeño quería satisfacer mis curiosidades y sabía que el único camino para lograrlo era trabajar duro”, afirma Opoku.
Un viaje hacia el conocimiento
A los 8 años, comenzó a aprender inglés por sí mismo en la escuela. Su madre, incapaz de ayudarle debido a su falta de educación formal, recurrió a un estudiante mayor para que le diera tutoría. Juntos se reunían cada día a las seis de la mañana bajo una lámpara de queroseno para practicar vocabulario y pronunciaciones.
Su interés por la naturaleza creció durante la escuela secundaria. “Me di cuenta de que la química era la ciencia central que me ofrecía una visión profunda sobre la creación desde el nivel más pequeño”, explica. A pesar de sus esfuerzos académicos, sus padres no podían costear su matrícula en una escuela secundaria prestigiosa; así que asistió a Dadease Agric Senior High School y trabajó cultivando tomates y maíz para financiar su educación.
En 2012, fue admitido en la Universidad Kwame Nkrumah de Ciencia y Tecnología (KNUST), donde descubrió la química computacional. A diferencia de otras ramas científicas que requieren laboratorios físicos, esta disciplina solo necesitaba una computadora portátil y acceso a internet.
Nuevas fronteras en simulaciones cuánticas
Opoku dedicó largas horas al estudio sin sentir que trabajaba realmente gracias al apoyo del fallecido profesor Richard Tia. “Cada día era divertido”, recuerda con gratitud. En 2020, continuó su formación en Auburn University bajo la dirección del profesor J.V. Ortiz, contribuyendo al desarrollo de nuevos métodos computacionales para simular cómo los electrones se unen o se separan de las moléculas.
Lo innovador del enfoque de Opoku radica en que no depende de parámetros ajustables o empíricos; utiliza formulaciones matemáticas avanzadas basadas en principios fundamentales. Esto permite obtener resultados más precisos y cercanos a los experimentos reales mientras reduce el poder computacional necesario.
Su trabajo representa un avance significativo hacia simulaciones cuánticas más rápidas y confiables para una amplia gama de moléculas, sentando las bases para innovaciones en áreas como ciencia de materiales y energía sostenible.
Mentoría y legado
En su investigación postdoctoral en MIT, Opoku busca perfeccionar métodos para abordar moléculas más grandes y complejas mediante la integración de computación cuántica y aprendizaje automático. Colabora con Troy Van Voorhis, quien destaca que el enfoque innovador de Opoku podría hacer sus simulaciones más eficientes.
Opoku también expresa agradecimiento por los mentores que lo guiaron: “Me ayudaron a superar las barreras intelectuales necesarias para contribuir al campo”. En 2021 se unió a la Organización Nacional para el Avance Profesional de Químicos Negros e Ingenieros Químicos, donde lideró iniciativas para inspirar a futuras generaciones científicas.
A través del Instituto Nesvard de Ciencias Moleculares, fundado por él mismo, ha mentorado a 29 estudiantes africanos hasta ahora, fomentando no solo habilidades académicas sino también confianza e identidad cultural. “Debemos cambiar la narrativa sobre las contribuciones africanas a la ciencia”, concluye Opoku con determinación.