La hermana Gloria Narváez, una religiosa colombiana, compartió su impactante experiencia de casi cinco años en cautiverio a manos de la organización terrorista Al Qaeda. Su único "crimen" fue ser cristiana. Durante este tiempo, enfrentó hambre, tortura y sufrimiento en el desierto, pero nunca cedió ante la presión de sus captores que intentaron forzarla a renunciar a su fe.
Con un semblante sereno y una mirada compasiva, la hermana Gloria narra las atrocidades que vivió. A pesar de los horrores que sufrió, como estar encadenada a un árbol o ser arrastrada por una camioneta como castigo por intentar escapar, su relato está impregnado de paz. “Dios estuvo conmigo. Me sostenía”, afirma con convicción durante un evento organizado por la Pastoral UC, en colaboración con la fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre.
Un sacrificio por amor a los demás
La hermana Gloria llegó a Mali en 2014 como parte de su misión humanitaria, donde trabajaba en comunidades rurales brindando atención médica y apoyo educativo. En febrero de 2017, al enterarse del intento de secuestro de otras religiosas más jóvenes, se ofreció voluntariamente para ser capturada en su lugar. Esta decisión marcó el inicio de un calvario que duraría cuatro años y ocho meses.
Aislada de su comunidad y obligada a caminar largas distancias bajo condiciones extremas, la hermana Gloria mantuvo su conexión espiritual. “Rezaba el rosario todos los días y meditaba las escrituras. Sentía que no estaba sola”, relata. A pesar de no poder tener una Biblia física, recitaba pasajes memorables: “La leía en mi memoria, en el corazón”.
El poder del perdón y la fe
A lo largo de su cautiverio, su fe se convirtió en su refugio. “Un Ave María era como una coraza que alejaba al enemigo”, explica. Aunque no pudo comulgar durante años, encontró consuelo en la naturaleza y hacía comuniones espirituales hasta diez veces al día. Su liberación finalmente llegó en octubre de 2021 tras intensas negociaciones diplomáticas. “Cuando me dijeron que estaba libre, no lo podía creer”, recuerda emocionada.
Su mensaje es claro: “Perdoné a mis captores porque el odio enferma el alma. El perdón me liberó; si no perdonaba, seguía siendo prisionera por dentro”. La hermana Gloria enfatiza la importancia de vivir el presente y confiar en Dios: “A pesar del sufrimiento, nunca expresé rencor. Aprendí a esperar sin desesperar porque Dios no falla”.
Un llamado a la compasión entre los jóvenes
Desde que ingresó a la vida religiosa a los 18 años, ha dedicado su vida al servicio en diversas comunidades de Colombia, Ecuador y África. Su experiencia ha sido enriquecedora: “Ser religiosa no me ha quitado nada; me lo ha dado todo. He sido muy feliz incluso en medio del dolor”, afirma con sinceridad.
En cada palabra que comparte hay un llamado constante hacia los jóvenes: “Dense la oportunidad de escucharse mutuamente. Nunca encadenen a nadie ni usen palabras armadas; nuestras palabras deben ser siempre de amor”. Al finalizar su emotiva exposición, muchos estudiantes se acercan para agradecerle o pedirle una bendición, reflejando así el impacto profundo que ha dejado su testimonio.