La “propensión a viajar” de un grupo mide la probabilidad de que sus miembros hagan turismo. Se puede definir como el porcentaje de población que viaja a otros países, o más en general, como el deseo que una persona tiene de hacer turismo.
En la actualidad, esta propensión es más alta que nunca: 1.400 millones de turistas se movieron por el mundo el año pasado, 140 millones más que en 2023. Esto equivale aproximadamente a casi dos de cada diez habitantes del planeta. Europa se posiciona como la región más visitada, con 747 millones de turistas eligiéndola en 2024; mientras que España recibió 93,8 millones de viajeros.
Este fenómeno genera una riqueza extraordinaria. Con razón se dice frecuentemente que el turismo es “nuestro petróleo”. En Noruega, este recurso equivale al 20,5 % de su PNB, mientras que en España representa el 13,1 % del PIB. Sin embargo, al igual que el petróleo, la industria turística también acarrea importantes impactos medioambientales negativos. Desde 2009 hasta el inicio de la pandemia por COVID-19, las emisiones contaminantes atribuibles al turismo crecieron un 3,5 % anual, una tasa que duplica la del crecimiento global de otras emisiones.
Responsabilidad y acción colectiva en el turismo
Uno de los efectos negativos del turismo radica en nuestra propia conducta y su contribución a estos problemas ambientales. Somos parcialmente responsables no solo porque consentimos actividades perjudiciales para el entorno, sino también porque nuestras elecciones y comportamientos recreativos generan consecuencias directas.
Como sucede en muchas situaciones complejas, estamos ante un problema de acción colectiva. Por un lado, deseamos cooperar porque eso beneficiaría a todos; sin embargo, esto implica actuar en contra de nuestros intereses inmediatos. Por otro lado, queremos hacerlo con la esperanza de que los demás también lo hagan. Si no es así, nuestro esfuerzo se vuelve inútil y parece absurdo. No se trata únicamente de egoísmo personal; aunque actuemos correctamente, si los demás no lo hacen, nuestros esfuerzos carecen de sentido.
Frente a esta problemática, la razón para viajar menos o adoptar otras formas de viajar no radica solo en disminuir el impacto negativo global; también está motivada por un sentido del deber o simplemente por preferencias personales.
El viaje como experiencia enriquecedora
Montaigne, considerado el primer ensayista moderno, afirmaba en 1588 que viajar era positivo al ofrecer novedades desconocidas: “como he dicho con frecuencia, no conozco mejor escuela para moldear la propia vida que mostrar continuamente la diversidad de tantas otras culturas y costumbres”.
Por su parte, Bacon sostenía en su ensayo titulado Viajar, publicado en 1625: “viajar es parte de la educación en los jóvenes y parte de la experiencia en la madurez”. Así pues, cada viaje constituye una experiencia distinta según la etapa vital del viajero. Según Bacon, durante la juventud viajar era una forma de aprender; visto desde una perspectiva madura, esos mismos viajes se convierten en parte integral de nuestra experiencia vital.
No obstante, cualquier viajero puede parecer un joven ignorante si desconoce el lugar al que va y su cultura característica. Bacon apuntaba: “aquel que viaja a un país antes de haberse iniciado en su idioma va a la escuela, no a un viaje”.
¿Qué aprendemos realmente al viajar?
Ciertamente viajamos para divertirnos. En ocasiones nos embarcamos en turismo extremo o “Extreme Budget Travel”, donde intentamos llegar lo más lejos posible gastando lo mínimo. Pero ¿qué es lo que realmente buscamos aprender con estas aventuras?
A menudo lo que anhelamos es experimentar cómo sería vivir como alguien diferente por un tiempo; es decir, “cruzar la línea” y liberarnos temporalmente de las rutinas y convenciones diarias (sin riesgos excesivos). Todo tipo de turismo resulta ser cultural al ser una experiencia planificada para interactuar con otra cultura.
A través del libro Hacia rutas salvajes, se narra la verdadera peripecia de Christopher McCandless viajando por Alaska sin dinero y conectando con quienes encontraba a su paso.
Sigmund Freud advirtió ya en 1930 sobre cómo la vida social nos obliga a renunciar a satisfacer nuestros deseos instintivos e inmediatos. Por ello, el turismo puede ser visto como una actividad liberadora; permite dejar atrás tanto los problemas cotidianos como las máscaras sociales.
Cambiando nuestra perspectiva sobre el viaje
Bacon centraba su ensayo en jóvenes nobles ingleses realizando el “Grand Tour” hacia Italia para admirar monumentos y paisajes inolvidables. El objeto del viaje era primordialmente ese destino específico. Aún hoy persiste esta noción dentro del modelo turístico contemporáneo: hay que viajar a donde merezca la pena ir.
Aparece así la idea popularizada sobre los “lugares que visitar antes de morir”, lo cual degrada muchos destinos turísticos conocidos. Aunque algunos consideran que el itinerario puede tener tanta o más importancia que el destino final, seguimos atrapados en pensar que el valor del viaje reside principalmente en los lugares visitados y no tanto en quien realiza ese viaje.
Esa posibilidad alternativa surgió con el Romanticismo del siglo XIX al poner énfasis en la interioridad personal. El filósofo estadounidense Henry Thoreau decía: “He viajado mucho en Concord”, refiriéndose a cómo lo importante no era visitar lugares lejanos sino observar su propio entorno con una mirada crítica.
Esa forma enriquecedora de pasear, tal como Thoreau hacía por Concord o sus alrededores junto al río Merrimack, representa uno de los lujos más accesibles: una actividad reflexiva donde se observa críticamente nuestra realidad cultural.
Walter Benjamin plasmó sus reflexiones sobre París a través del paseo urbano; él creía que este tipo de divagación no requería necesariamente un destino específico ni marcaba hitos concretos alcanzados durante el recorrido.
Pessoa reflejó esta idea, regresando desde Cascais a Lisboa: “el tren se va parando… Llegué a Lisboa pero no a una conclusión”. Al final del día aprendemos algo fundamental durante nuestros paseos: siempre queda mucho por descubrir.