El impacto de la desinformación en tiempos de crisis
Marta Montagut Calvo, investigadora del Departamento de Estudios de Comunicación, examina el efecto devastador que la desinformación puede tener en la agenda mediática, especialmente tras la reciente dana que afectó a diversas localidades en Valencia.
Los efectos nocivos de la desinformación se han hecho evidentes desde eventos políticos significativos como las elecciones estadounidenses de 2016 y el referéndum del Brexit. Estos acontecimientos marcaron el inicio de una era donde combatir las mal llamadas fake news se volvió crucial, un término que ha contribuido a desprestigiar el ejercicio del periodismo.
La llegada de la pandemia en 2020 trasladó esta problemática del ámbito político al día a día, demostrando que una ciudadanía mal informada puede tomar decisiones perjudiciales para su salud. La rapidez con la que la desinformación se ha integrado en nuestra vida cotidiana es alarmante. Según un informe de la consultora Gartner, se predecía que para 2022, el 50% del contenido en línea contendría información falsa o errónea, una predicción que se ha cumplido ampliamente.
Desinformación y su proliferación tras la dana
En 2024, tras los devastadores efectos de la dana en Valencia, el fenómeno de la desinformación se convirtió en uno de los temas centrales en los medios generalistas. Se han difundido numerosos bulos, incluyendo rumores sobre cadáveres en un parking del centro comercial Bonaire, confusiones sobre radares meteorológicos y teorías conspirativas relacionadas con la manipulación climática.
Estos mensajes erróneos han circulado por diversos canales y actores. Los llamados pseudoinformadores e influencers políticos han jugado un papel fundamental; algunos operan exclusivamente en plataformas digitales mientras que otros logran espacio en medios tradicionales durante horarios estelares.
Estas figuras imitan las formas del periodismo tradicional pero atacan a los medios convencionales desde una perspectiva populista. Entre ellos destacan nombres como Iker Jiménez, así como otros perfiles como Javier Negre, Alvise Pérez y Vito Quiles.
Crisis comunicativa y sus consecuencias
Un estudio preliminar realizado por la Universidad de Valladolid revela cómo estos pseudoinformadores infringen sistemáticamente el código ético del periodismo, particularmente en lo que respecta a la veracidad y humanidad, atacando frecuentemente a colectivos vulnerables.
La desinformación generada tras la tragedia provocada por la dana ilustra claramente cómo operan estos individuos: atribuyen información a fuentes poco fiables, propagan datos erróneos y fomentan desconfianza hacia las autoridades competentes. Este patrón no es exclusivo de España; autores estadounidenses han documentado el auge de una “comunicación iliberal” que utiliza redes sociales para difundir discursos populistas cercanos a la extrema derecha.
Dicha comunicación tiene tres objetivos principales: confundir al público, generar solidaridad grupal basada en identidades culturales y políticas y socavar el funcionamiento adecuado del espacio público. En este contexto, *la verdad* pierde su relevancia ante narrativas identitarias extremas.
Mala gestión comunicativa: terreno fértil para los bulos
A esta situación se suma una deficiente gestión comunicativa durante la crisis. La falta de claridad entre administraciones sobre cifras de desaparecidos y fallecidos, junto con cambios constantes en protocolos informativos, propician un ambiente propicio para la propagación de información engañosa.
Cabe destacar el esfuerzo realizado por varios periodistas y medios locales que han trabajado incansablemente para desmentir noticias falsas mediante formatos atractivos y visuales en redes sociales. Asimismo, instituciones como AEMET han respondido directamente a publicaciones engañosas defendiendo su credibilidad científica.
A pesar del caos informativo generado por esta crisis sin precedentes, es vital reconocer los esfuerzos realizados para contrarrestar esta avalancha de desinformación. La visibilidad actual del problema podría fomentar una mayor conciencia sobre nuestra dieta mediática y resaltar la importancia de promover una alfabetización mediática efectiva como estrategia esencial para proteger nuestro sistema democrático.
Artículo de opinión publicado en The Conversation.