La historia de los Neanderthal es fascinante y está marcada por su descubrimiento en 1856, siendo la primera especie humana extinta en recibir un nombre formal: Homo neanderthalensis. A través de una vasta colección de fósiles, hemos podido desentrañar aspectos significativos de su biología, ecología y comportamiento. La combinación de la paleoantropología, la arqueología prehistórica y la genética ha permitido reconstruir la imagen de estos seres como un verdadero “hermano perdido”, que aunque similar a nosotros, presentaba diferencias notables: un cerebro grande, una complexión robusta y una cultura material compleja, además de indicios de pensamiento simbólico.
A pesar de ser la especie humana extinta más estudiada, persisten interrogantes sobre su morfología, especialmente en lo que respecta a la cabeza y el cuello. Se sabe que los Neanderthal poseían un cráneo muy distinto al nuestro; su caja craneana era baja y alargada hacia atrás, con una frente retraída, un rostro ancho y prominente, arcos superciliares marcados y un nariz notablemente grande. Su cuerpo también era robusto y compacto, con extremidades relativamente cortas, características que sugieren una adaptación a los climas fríos e incluso glaciares donde habitaron sus antepasados.
Nuevas Revelaciones sobre la Morfología Neanderthal
Un reciente estudio se ha centrado en las características únicas del trato cervical, la base del cráneo y la cara de los Neanderthal, buscando entender su significado funcional y evolutivo. Los investigadores intentaron determinar cómo y cuándo ocurrieron estas transformaciones morfológicas desde el origen común entre nuestra especie y los Neanderthal, influenciadas por sus respectivos caminos evolutivos: el nuestro en África y el suyo en Europa.
En el norte del Mediterráneo, las severas condiciones climáticas del Cuaternario —con ciclos glaciares intercalados con fases interglaciares— habrían provocado adaptaciones progresivas. Entre ellas se destaca un cuello corto y robusto, poco móvil, junto con un cráneo fuertemente integrado al tronco. Esta estructura masiva habría sido ventajosa para la caza cercana de grandes presas. Según los investigadores, el adaptación del tracto cervical podría haber sido uno de los primeros cambios en el proceso evolutivo de los Neanderthal. Este desarrollo inicial habría influido posteriormente en la evolución de la base del cráneo y la cara, afectando tanto la masticación como la respiración, contribuyendo así a su morfología casi única.
Colaboración Interdisciplinaria para Comprender el Pasado
El paleoantropólogo Giorgio Manzi, del Departamento de Biología Ambiental de Sapienza, señala que este estudio es fruto de años de investigación conjunta entre él mismo y sus colegas Fabio Di Vincenzo, Antonio Profico, así como otros expertos. La colaboración se ha visto enriquecida por estudios sobre biomecánica masticatoria y postural. La experiencia clínica aportada por Marco Boggioni y Andrea Papini, miembros del Instituto Italiano de Paleontología Humana, fue clave para entender factores cruciales en la formación específica de esta morfología.
Papini enfatiza que este trabajo demuestra cómo el diálogo entre diferentes disciplinas puede abrir nuevas perspectivas científicas al unir paleoantropología con odontología para profundizar en nuestra comprensión sobre la evolución humana. Por su parte, Barbara Coletti, candidata a doctorado en Biología Ambiental y Evolutiva en Sapienza y coautora del estudio, destaca que uno de los aspectos más estimulantes del proyecto fue reexaminar más de un siglo de investigaciones previas sobre este tema, lo cual llevó a desarrollar una nueva interpretación sobre la anatomía neanderthalense.
Nuevos hallazgos sobre las características craneo-cervicales neandertales: integración morfológica y evaluación funcional de su aparición temprana.