En un mundo saturado de información, donde las noticias falsas se propagan con rapidez y las redes sociales influyen en nuestra percepción de la realidad, surge la necesidad urgente de enseñar a pensar. La educación no puede limitarse a la mera transmisión de contenidos; debe dotar a los estudiantes de herramientas que les permitan comprender, cuestionar y transformar su entorno.
La profesora de Magisterio del CEU de Castellón, Verónica Moreno, resalta la importancia de este enfoque educativo. La iniciativa conocida como Filosofía para Niños (FpN), promovida por Matthew Lipman y Ann M. Sharp, se presenta como una solución efectiva. En estas aulas, los niños participan en comunidades de investigación donde el diálogo es fundamental. Sentados en círculo, comparten preguntas y reflexionan sobre cuentos o situaciones cotidianas. El objetivo no es encontrar la “respuesta correcta”, sino aprender a pensar mejor mediante la escucha activa, el razonamiento y el respeto hacia los demás.
No obstante, esta metodología no debería limitarse al ámbito escolar. Las familias tienen un papel crucial al trasladar estas prácticas al hogar, fomentando así que el pensamiento crítico, creativo y cuidadoso forme parte integral de la vida diaria.
La colaboración entre escuela y familia en la enseñanza del pensamiento
Como señala Moreno, “enseñar a pensar es una tarea compartida entre escuela y familia. Cada espacio de escucha que se brinda a un niño contribuye a que crezca con confianza en sus propias ideas y respeto hacia las de los demás”. Para fomentar el pensamiento crítico, se pueden seguir algunas pautas sencillas:
    - Invitar a los niños a justificar sus opiniones: “¿Por qué piensas eso?” o “¿Qué ejemplo pondrías?”.
 
    - Compartir noticias o situaciones familiares para discutir qué constituye un hecho y qué es una opinión.
 
    - Apreciar cuando cambian de idea tras escuchar un buen argumento, demostrando que pensar también implica aprender de los demás.
 
Para estimular el pensamiento creativo, se pueden implementar las siguientes estrategias:
    - Sugerir diferentes soluciones para un mismo problema: “¿Qué otras formas hay de hacerlo?”.
 
    - Pedirles que inventen finales alternativos para cuentos o que creen historias basadas en dibujos.
 
    - Valorar todas las propuestas, incluso las más inusuales, reforzando así la idea de que pensar diferente es positivo.
 
Cultivando un pensamiento responsable y empático
Además, para cultivar el pensamiento cuidadoso es esencial:
    - Reforzar frases que demuestren empatía: “Entiendo lo que dices, aunque piense diferente”.
 
    - Animarles a escuchar atentamente antes de responder, practicando así la paciencia y el respeto.
 
    - Preguntar cómo creen que se sienten otras personas en determinadas situaciones para conectar sus ideas con la responsabilidad hacia los demás.
 
Enseñar a pensar no implica restar importancia a los contenidos escolares; por el contrario, busca darles sentido mediante reflexión y diálogo. De esta manera, los niños comprenden que aprender va más allá de memorizar; se trata también de entender, cuestionar y construir significados propios.
Cuando las familias apoyan este enfoque educativo, contribuyen a formar individuos capaces de dialogar con respeto, tomar decisiones fundamentadas y vivir en democracia. En resumen, enseñar a pensar es una labor conjunta entre escuela y familia. Cada conversación en casa y cada pregunta formulada son pasos hacia el desarrollo de personas críticas, creativas y responsables dispuestas a transformar el mundo con esperanza.