Vivimos en un mundo en el que los datos ya no son un mero soporte para la actividad cotidiana. Son, directamente, un activo estratégico. En el ámbito educativo, cada expediente, cada matrícula, cada evaluación o correo electrónico conforma un entramado de información que sostiene la vida de las instituciones. Pero ese entorno, cada vez más amplio y digital, también es frágil.
El sector educativo se ha convertido en uno de los principales objetivos de la ciberdelincuencia. Solo en los primeros meses de 2025, las cifras en España hablan por sí solas: los ataques dirigidos a centros educativos y de investigación han aumentado un 73%, hasta alcanzar los 4.484 incidentes por semana, según Check Point Software. Son datos que deberían hacer reflexionar a toda la industria.
Un tema inaplazable
En este contexto, proteger la información no puede seguir siendo un asunto relegado a contraseñas fáciles de olvidar o a sistemas de seguridad tradicionales. La realidad ha cambiado. Hoy, los entornos educativos son híbridos y móviles: la información viaja de un dispositivo a otro, de una nube a un aula, de un portátil a una tablet. Y en ese recorrido está expuesta a múltiples amenazas.
Por eso, resulta imprescindible adoptar herramientas que realmente protejan los datos frente a estas nuevas formas de vulnerabilidad y el cifrado por hardware es una de ellas. Convertir cada archivo en un contenido inaccesible para cualquier persona no autorizada significa poner un muro invisible pero efectivo entre la información y quienes buscan hacer un uso indebido de ella.
El cifrado de datos mediante hardware no es solo una medida técnica. Es también un acto de responsabilidad. Permite que, incluso en caso de ataque, la información no quede al alcance de quienes quieren chantajear, extorsionar o hacer daño. Protege la privacidad, pero también la continuidad de la actividad educativa. Porque un sistema afectado por un ciberataque puede interrumpir clases, paralizar procesos administrativos o generar incertidumbre. Un sistema protegido reduce al mínimo ese riesgo y permite seguir adelante.
Hoy, afortunadamente, estas tecnologías están al alcance de cualquier institución, sin importar su tamaño o presupuesto. Ya no son herramientas reservadas a grandes empresas, sino soluciones accesibles que cualquier centro puede implementar con un mínimo de voluntad y compromiso.
La educación no puede permitirse el lujo de ignorar esta realidad. Salvaguardar los datos es cuidar el futuro. Velar por la información de estudiantes, docentes y personal administrativo es proteger la confianza de toda una comunidad educativa. Y esa confianza es, probablemente, el recurso más valioso que tenemos.