Florence Lojacono, profesora del Departamento de Filología Moderna, Traducción e Interpretación de la ULPGC, ha destacado la figura del filósofo Günther Anders en un reciente artículo publicado en la plataforma de divulgación The Conversation. En su texto titulado “Günther Anders, de visionario a ‘sembrador de pánico’”, Lojacono lo describe como “un pensador clave en nuestra forma de entender la tecnología”.
Anders, autor de la influyente obra “La obsolescencia del hombre”, publicada en 1956, es reconocido por sus críticas profundas hacia la tecnología moderna. En este contexto, acuñó el término ‘fantasmas’ para referirse a las tecnologías que nos sumergen en una realidad alterada y distante de la experiencia directa. Según Lojacono, estas tecnologías fabrican una versión del realismo que sustituye lo vivido.
Para ilustrar su concepto, Lojacono menciona la película “The Truman Show”, donde el protagonista vive en un entorno completamente artificial diseñado para ser consumido como espectáculo. Esta reflexión de Anders se alinea con las ideas de otros filósofos contemporáneos como Guy Debord, Jean Baudrillard y Virginia Ballesteros.
Análisis contemporáneo de los fantasmas andersianos
Lojacono enfatiza que hoy más que nunca se evidencia la proliferación de estos “fantasmas andersianos”. La aparición de herramientas de inteligencia artificial generativa, como ChatGPT y Midjourney, produce contenidos indistinguibles de lo real. Además, los deepfakes están transformando el panorama político al convertir discursos y rostros en simulaciones convincentes. Avatares, chatbots y realidad aumentada contribuyen a disolver al individuo en construcciones diseñadas para el consumo masivo.
Anders fue particularmente crítico con la noción de que existe un buen o mal uso de la tecnología; esta idea se conoce como “disociación de noción”. Para él, el verdadero peligro reside en la esencia misma de la tecnología y no en cómo se utilice: “todo lo que una herramienta permite hacer, tarde o temprano se hará, sin detenerse en lo ético”. Esta perspectiva le llevó a convertirse en un activista antinuclear, consciente del potencial destructivo que encerraban las tecnologías modernas tanto a nivel humano como ecológico.
No obstante, su crítica no solo se limitaba a señalar riesgos; también cuestionaba los fundamentos mismos del progreso. Aunque no era un tecnófobo, su postura se centraba en desenmascarar la sacralización del progreso como una religión industrial. Como señala el filósofo francés Michel Onfray, Anders no atacaba el progreso per se, sino su adoración ciega.
The Conversation: Un canal para el conocimiento universitario
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